Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles. (Bertolt Brecht)

Muchos me llamaran aventurero, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades. (Ernesto "Che" Guevara)

Aquellos que ceden la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad. (Benjamín Franklin)

lunes, 2 de diciembre de 2013

¿Qué pensaría Montaigne hoy en nuestra Sociedad de la Información?



Aún no nos hemos adaptado a las tabletas (la población en general) ni sabemos exprimir nuestros teléfonos inteligentes, y ya nos llegan los Smartwatch, probablemente uno de los más demandados en los próximos meses,  y pasado mañana las Google Glass. Ciertamente, y así se puede apreciar en los últimos años, nunca hemos tenido una tecnología imperfecta tan perfecta, pero tenemos que dedicar tiempo a descubrirla. Los profesionales de la medicina, de la ciencia, de la ingeniería, tienden a descubrirla en su uso y en nuevos usos, pero el ciudadano en general tiende a no descubrir incluso sus ventajas principales, y su mayor utilidad: cómo le puede facilitar la vida.

Estas circunstancias me hicieron recordar un artículo de Jordi Soler aparecido en El País del 3 de septiembre de este 2013, y que bajo el título de “El pensamiento vagabundo”, puede darnos una clave del por qué tenemos tanto desconocimiento de las posibilidades que nos ofrece la tecnología actual, de consumo la mayoría, y de sus capacidades de accesibilidad y usabilidad aún siendo imperfectas. En el artículo, interesantísimo, nos habla de cómo Michel de Montaigne consideraba esencial la reflexión sobre las cosas, y cómo se ha perdido. “Mientras Montaigne pasaba en silencio largos tramos del día, que llenaba de pensamientos y reflexiones, nosotros forcejeamos contra el estruendo que sale permanentemente de las pantallas. Concentrado en un solo punto, Montaigne lo abarcaba absolutamente todo, nosotros, concentrados en puntos múltiples, no abarcamos casi nada”. El único aspecto en que discrepo, es que la falta de reflexión, la pérdida de la tranquilidad, la incapacidad de permanecer sentados largos ratos pensando, la centra Jordi en los niños, cuando la prisa por correr y conseguir sin aprovechar el recurso la tienen los propios adultos, que trasladan esa necesidad a los chicos. No hay gran diferencia entre adultos y menores, pero quizá si responsabilidad de los primeros sobre los segundos con su incapacidad a enseñar a reflexionar.

No voy, desde luego, a alabar la perfección de la tecnología de consumo principalmente (televisores “inteligentes”, teléfonos “inteligentes”, tabletas “inteligentes”, electrodomésticos “inteligentes”…) en cuanto a sus niveles de accesibilidad y usabilidad, pero tampoco la voy a demonizar. De hecho, tendríamos que diferenciar distintas parcelas de la accesibilidad y usabilidad de la tecnología, pues mientras el manejo va siendo cada vez más adaptativo al usuario (mediante gestos, voz, reconocimientos biométricos o integración de varios), e intuitivo al conocerlo, el contenido y presentación de la información textual y visual sigue adoleciendo de graves carencias de accesibilidad. Y, por supuesto, las múltiples utilidades, facilidades y capacidades que va incorporando la tecnología, se pierde por ser, hasta ahora, incapaz la industria de trasladar ese conocimiento al usuario en sus manuales de forma lo más simple y elemental posible.

El teléfono que manejo actualmente, un Samsung S4, incorpora importantes niveles de accesibilidad y usabilidad, como encender la pantalla sin tocarla, poniendo la mano encima. Pero para averiguarlo, he tenido que leer prácticamente todo un libretillo de instrucciones, y esto se comenta en un párrafo conjunto. Si decimos sólo: ”Para ver  la información básica del teléfono, sólo ponga la mano encima”, todos los usuarios lo entenderían, independiente de su nivel cultural, formativo, o capacidad intelectual. Y esa capacidad de usabilidad se aprovechará. El manejo gestual, leer páginas de internet y moverla con la vista o la mano sin tocar la pantalla, disparar la cámara de fotos con la voz… también están incorporadas. Si la empresa es capaz de reducir esa información de uso a la sencillez entendible por todos, probablemente además de entretenernos, también facilitarían la vida a muchas personas, y especialmente con discapacidad funcional, escasa movilidad, discapacidad intelectual o mayores. El problema empieza a ser no que la tecnología no sea accesible (con su falta de perfección, por supuesto), sino cómo hacer para que el usuario sepa hacerla accesible a sus necesidades. ¿Cuántos usuarios conocen aspectos tan básicos como variar el contraste o el brillo, cambiar la resolución u organizar la disposición en pantalla de sus iconos?

Pero el fallo “industrial” o de “empresa” no excusa nuestra incapacidad actual, en condiciones normales y para la mayoría de los usuarios (lógicamente, no incluyo a personas con discapacidad intelectual o muchos mayores) para “perder” tiempo mirando, investigando, pensando y descubriendo. Nos hemos vuelto cómodos, encargamos la solución a otros, a nuestro amigo, a nuestro hijo o a nuestro compañero; y además temerosos de toquetear el cacharro que nos hemos comprado y nos ha costado 300, 500 o 900 euros. Algo que no le ocurría a nuestros abuelos, que siempre encontraban cómo solucionar sus percances con los recursos que poseían, y entre los que se encontraban dedicar tiempo y constancia. Por añadidura, enfocaban cada gasto realizado a la utilidad, y no se buscaba la utilidad después de realzar el gasto.

Pero, además, es que siempre tenemos prisa, y dedicar 30 minutos a pensar o experimentar nos ocupa un tiempo que erróneamente consideramos imposible de “perder”. Quizás buscamos la excusa en la autonegación de nuestra capacidad para investigar qué hace nuestro aparato, y encontrar verdaderos descubrimientos útiles. Como dice Jordi Soler en su artículo, no sólo sentados, también hemos perdido la capacidad de reflexionar o ejercitar los pensamientos caminados que proponía Nietzsche. Ello provoca, lógicamente, que las capacidades y los recursos de accesibilidad y usabilidad de nuestros aparatos se hallen perdidos de nuestro conocimiento (dicho sea esto, sin exculpar a la industria y a las empresas).

“Se han acabado los periodos de silencio, quien va andando no produce pensamientos caminados, va consumiendo algo que sale de su mp3 y le entra por los oídos, el que viaja en metro aprovecha el trayecto para hablar por teléfono o para responder un e-mail, y cualquier momento libre se rellena con la información ilimitada que produce la pantalla del teléfono o de la tableta. Nadie tiene paciencia ya para sentarse a oír un álbum de música completo, hay tiempo para oír una sola canción, que se vende en iTunes por separado; el disco entero nos roba el tiempo que podríamos aprovechar consumiendo otra cosa”.(extracto del citado artículo).

Ahora bien, como en definitiva a la industria le interesa el consumo, y va descubriendo que le sale más rentable fabricar en serie para todos (no precisamente por sensibilidad social), buscando que no se escape ningún usuario, lleva tiempo tratando de integrar múltiples funciones de manejo para sus terminales, de forma que su uso se adapte prácticamente a cualquier usuario. La integración de voz y gestos, pronto sensores de profundidad y reconocimiento en 3D, y su combinación en el uso, pueden suponer la personalización definitiva de la facilidad en el uso respecto a las necesidades del usuario. Pero también parece que a la industria no se le escapa que nuestra capacidad de reflexión o de pensamientos caminados es cada vez menor, y que no vamos a conseguir aprovechar lo que tan benefactoramente nos ofrece, por lo que va a hacerlo por nosotros, buscando adaptarlo a nuestras necesidades sin que hagamos nada. Bueno, a cambio de tener cierta información de nosotros.

Los aparatos están aprendiendo a ver y escuchar al usuario, y esto puede abrir el camino al uso personalizado y adaptativo del televisor, ordenador, teléfono inteligente y electrodomésticos de consumo, a las propias limitaciones funcionales del usuario. A principios de año, en Las Vegas, Jorge Lang, responsable de innovación en Intel España, manifestaba “Siempre nos hemos ocupado de generar más capacidad de proceso y más autonomía, pero nos planteamos demasiado el por qué lo hacíamos. Ahora trabajamos para que esa capacidad dé lugar realmente a una máquina más inteligente”. En definitiva, seguir la línea iniciada por Apple con su Iphone hace varios años, y que ahora persigue Intel bajo el término Perceptual Computing. Este era el argumento que utilizaba Lang para justificar, si se puede, el motivo de que nuestros ordenadores fueran “ciegos y sordos” hasta ahora, y cómo están aprendiendo a ver, oír y responder (ejecutar acciones) para el usuario. Es posible que la industria, al igual que el ciudadano-usuario, haya caído en la falta de reflexión que propugnaba Montaigne, para dejar de preguntarse, ¿realmente le importa al usuario tanta potencia, desaprovechada, y menos la usabilidad?.

El reconocimiento de voz ha sido sin duda un gran avance, y lo será más cuando se extienda su comercialización masiva con la inclusión de los nuevos procesadores Hasswell por parte de Intel en los ultrabooks. Si el trabajo de Intel con estos procesadores consigue el objetivo que afirmaba Lang, “estar trabajando para distinguir la voz del usuario del ruido de fondo a un metro o dos de distancia del aparato”, probablemente se resuelva, de nuevo como valor añadido y casualmente, una gran barrera a la accesibilidad en la comunicación, avanzando en un muy mejorado sistema de subtitulación en directo.

Y si el desarrollo del Perceptual Computing consigue de verdad cambiar nuestra relación y forma de interactuar con nuestro ordenador o tablet, con reconocimiento del habla, facial, de gestos y seguimiento de objetos en 3D, llegaríamos a una nueva forma de asistente personal, con innumerables utilidades para personas con discapacidad, y especialmente gravemente motoras o intelectual. La carrera empezada con el sensor de Leap Motion para la Xbox, y el interés de HP en incorporar esta tecnología sensorial en sus equipos, nos permiten vislumbrar que el concepto y potencia del denominado  Perceptual Computing importa a más de uno y de dos fabricantes. De hecho, la respuesta a gestos para pasar páginas o comandos de voz para disparar la cámara de fotos ya la han empezado a incorporar Samsung en sus smartphones S4 y S5.

Ahora bien, ¿y las otras facetas de la accesibilidad? ¿La económica?. Bueno, la industria tiene claro que tiene que abaratar precios para incrementar usuarios, estableciendo alianzas y compatibilidades entre fabricantes. Leap Motion, por ejemplo, comercializa en EEUU por 80 dólares un sensor de reconocimiento de gestos, por ultrasonidos, y que se conecta al puerto USB de un ordenador o tablet. LG lo tiene claro también en la forma que va a cambiar la relación usuario-televisor, y ya vende, ¡si, aunque nadie se entere!, un mando llamado Magic Control que permite al usuario navegar por los menús de su TV y aliados por voz y gestos.

¿La accesibilidad del contenido y la información? Bueno, digamos que a la industria de los “cacharros” esto les preocupa menos; comprado el aparato, y generada la necesidad del consumo, ese problema que lo resuelvan otros. La vertiginosa evolución de las Tic’s nos está impidiendo adaptarnos a los cambios y en consecuencia aprovechar esa evolución por falta de reflexión, como dice Jordi Soler en su artículo. Por lo cual, seguiremos probando el siguiente modelo aún cuando no estemos seguros si nos va a mejorar nuestras necesidades.

Al fin y al cabo, y volviendo al artículo de Jordi Soler, “Todo el tiempo que se ahorra en no oír discos completos, ni ver películas largas, ni leer libros gruesos, ¿en qué se aplica?: en consumir más fragmentos: una partida de Angry Birds, una noticia extirpada del periódico, un paseo por el timeline de Twitter, etcétera”. Desde luego, en reflexionar la industria y el usuario, no.

jueves, 25 de julio de 2013

También Doug entendía que el conocimiento es poder (social)



Hace escasamente quince días falleció una de las figuras claves en nuestro universo tecnológico, y sin duda una de las mentes más preclaras en su conceptuación de cómo debía ser la relación hombre-máquina. Doug Engelbart, como todas aquellas mentes que se atreven a poner en duda clichés sociales arraigados y enfrentarse a prejuicios históricos, no dudó nunca en mantener su pensamiento, aún cuando fuera a veces arriesgado. Doug siempre creyó que el éxito del avance social pasaba, como requisito necesario, por conocer. Por conocer la herramienta (tecnología) para aprovechar su potencial en su totalidad.

Hace alrededor de quince años, cuando acababa de cumplir los 74, manifestaba que “cuánto más sepa el hombre de la máquina con que trabaja, mayor será la productividad de la empresa, de la sociedad, del país y, por tanto, de la civilización”. Doug no utilizaba el término productividad en su más estricto concepto mercantilista, más bien lo engrandecía usándolo como término universal producido por el conocimiento, por el conocimiento de la tecnología. “El distanciamiento entre unos y otros ha impedido un mayor desarrollo de la civilización”, manifestaba continuamente como parte de su pensamiento. Doug perseguía algo que quizás pareciera una ilusa idea forjada en la mente loca (o demasiado cuerda) de un hidalgo quijotesco, humanizar la relación entre el hombre y la máquina, entre máquinas y humanos, a través de un paso muy sencillo: el conocimiento. La falta de conocimiento sobre algo (si hablamos de un objeto) o sobre alguien, sólo genera distanciamiento; el conocimiento recíproco incorpora la virtualidad de poder ayudarnos mutuamente, y el conocimiento sobre la máquina implica saber utilizar todas las funciones que me puedan ayudar. Esto, cuando lo trasladamos a nuestros días, significa que toda la tecnología, gran parte de consumo, debe ser conocida en profundidad para servirnos, especialmente si hablamos personas con discapacidad, limitaciones o mayores. Y conocerla, significa también extraer sus condiciones de accesibilidad, e inaccesibilidad y usabilidad, para usarla o mejorarla, sin inventar cada día nuevas ruedas. “El distanciamiento entre la máquina y el hombre ha impedido un mayor desarrollo de la civilización”, repetía Doug.

Doug falleció con 88 años, y hasta hace relativamente poco seguía impartiendo cursos y charlas sobre otra de sus premisas, “la revolución inacabada” de los ordenadores. En su obsesión por acercar el hombre a la  máquina diseñó, por lo que pasa a la historia, el archiconocido ratón. Y acercó ese conocimiento a sus colegas, poco más de un año después, con la primera y arcaica videoconferencia, realiza desde su casa, con un módem y un sistema online fabricado también por él. En definitiva, el acercar la máquina al hombre seguía un objetivo: hacer accesible la máquina y sus funciones al hombre; el acercar su conocimiento a un grupo de profesionales alejados en la distancia, perseguía hacer accesible el conocimiento a otras personas en la distancia. Quizás el concepto de accesible sea distinto al que entendemos hoy cuando lo vinculamos a las personas con discapacidad, limitaciones o mayores, pero en su fin último, no hay tantas diferencias. Es conseguir la usabilidad de la herramienta (tecnológica) por todos, finalidad que sólo puede conseguirse si hacemos accesible (para todos) la tecnología.

En propiedad, el ratón inventado por Doug no dejaba de ser también una ayuda técnica, facilitando la intercomunicación de muchos usuarios, que de otra forma no podrían interactuar con el ordenador. De hecho, desde su primitivo diseño, una simple cajita de madera con ruedas, han sido centenares los modelos, tamaños y materiales utilizados, con bolas arriba (trackball) y abajo, grandes y pequeños, ergonómicos y no, ahora inalámbricos… en cualquier caso, han facilitado la conexión de la persona con la máquina, y especialmente de muchas personas con movilidad reducida, limitaciones funcionales y mayores con su máquina (ordenador).

Sin embargo, muchos años después de que Doug empezara a manifestar la necesidad del conocimiento por parte del humano sobre la máquina, este desconocimiento sobre las tecnologías actuales de consumo, sus posibilidades de uso y sus virtudes y defectos, sigue manifestándose como factor clave de infrautilización. De forma que este desconocimiento se antoja como el principal factor en la brecha digital, incluso mucho más que la propia accesibilidad, cuando hablamos de personas con discapacidad, limitaciones o mayores. Tanto por parte de estos, como de los profesionales para utilizar su potencial y diseñar bienes, productos y servicios más accesibles universalmente. Siendo conscientes de que, desde luego, debe mejorarse y mucho tanto la accesibilidad y usabilidad, pero también de que ya la propia tecnología actual va incorporando cada vez más soluciones accesibles y usables que, por desconocidas por usuarios y profesionales, “no existen”.

Cuando Doug afirmaba de la necesidad del conocimiento del hombre sobre la máquina, utilizaba sin más un razonamiento lógico muy simple. No sólo disminuimos su utilidad, sino que nos plantea otras cuestiones lógicas: Si no sabemos lo que tenemos, ¿cómo vamos a pedir algo?, o Si no sabemos para qué se usa lo que tenemos, ¿cómo vamos a saber qué se tiene que inventar?. Aspecto éste que, paradójicamente, se aprecia más en entidades y organizaciones sociales relacionadas con las personas con discapacidad, limitaciones o mayores, cuando, al ser mayor la necesidad de su uso por el beneficio mayor que podrían aportar en determinadas circunstancias, mayor debiera ser su conocimiento. Debiéramos, en este sentido, y más si existe necesidad, incentivar la proactividad personal en la búsqueda de este conocimiento acerca de nuestra tecnología que vive con nosotros. La pasividad es uno de los mayores enemigos del conocimiento, y sin éste pocas soluciones aparecen para la necesidad. Aunque estamos en la sociedad tecnológica, somos herederos la mayoría de la tecnología pasiva, es decir, de la televisión y el video, pero no sabemos buscar nuevas potencialidad ni funcionalidades de lo que tenemos entre manos. Somos capaces de perder horas dentro de un comercio mayoritario buscando ofertas, pero no de entretenernos con nuestros cacharritos para aprender a saber qué es lo que pueden hacer para facilitarnos la vida.

El conocimiento es la clave. El conocimiento de la herramienta (tecnológica) es clave. Resulta utópico pensar que el ciudadano va a ser capaz de aprender el uso de la tecnología y estar al tanto de sus innovaciones, al ritmo que va apareciendo ésta. Pero también es cierto que deben generarse nuevos sistemas de difusión y distribución del conocimiento utilizando todos los recursos sociales que las propias tecnologías ponen a nuestra disposición. Incrementar tan sólo un 5%, un 10% o un 15% el conocimiento de la persona sobre lo que las tecnologías presentes y de futuro inminente pueden hacer por ella si usa ese conocimiento, generaría simultáneamente, como decía Doug, un crecimiento exponencial de la productividad social. Sustancialmente más significativo para las personas con discapacidad, limitaciones o mayores. Y sus familias.

El desconocimiento de la tecnología es una pérdida enorme de posibilidades, recursos y soluciones. Sin renunciar, jamás, a la mejora de la accesibilidad y usabilidad de las tecnologías, tampoco debemos caer en la negatividad. Es más útil diseñar en cada momento servicios y utilidades con lo que tenemos, que dejar que lo que tenemos ahora no sea aprovechado.

viernes, 24 de mayo de 2013

Reflexiones bajo la avalancha de Ciudades Inteligentes



Nos proponemos un verdadero reto, hacer ciudades inteligentes accesibles, cuando todavía no hemos hecho accesibles el uso de las tecnologías y sus servicios, y cuando aún hoy en día el ciudadano con gran discapacidad y muchos mayores no dispone de soluciones y recursos tecnológicos accesibles en la educación o para cursar sus estudios universitarios, o para desempeñar su actividad laboral adaptando el puesto, o para disfrutar del cine, teatro o televisión por carecer de subtitulado o audiodescripción, o para relacionarse con los servicios públicos y sus profesionales… Cabe preguntarse si los diseños de Ciudades Inteligentes van a solucionar estos problemas de igualdad y de derechos, o simplemente a quedar perdidos bajo los parámetros macro del diseño inteligente. Sería un grave error, difícilmente salvable después, pues generaría serios problemas de discriminación e igualdad. Junto a los tan nombrados fines de sostenibilidad energética, sostenibilidad económica o sostenibilidad medioambiental, entre otros, debe ser irrenunciable incorporar en primer lugar la sostenibilidad social que englobe a todos los demás. Y esta última sólo es posible mediante la accesibilidad y usabilidad de los diseños, procesos, bienes, productos y servicios utilizados en la construcción de la Ciudad Inteligente. Cualquier error en no contemplar estos criterios de accesibilidad y usabilidad en cualquiera de los otros fines, podría tener consecuencias sociales y a futuro desastrosas.

Dicho esto, merece la pena además hacer un reflexión. ¿Es el momento de volcar todo nuestro esfuerzo inversor y personal en las Ciudades Inteligentes, o primero debemos preparar nuestras ciudades para ser lo suficiente inteligentes para poder ser disfrutadas por todos los ciudadanos?. En este sentido puede resultar esclarecedor el “Estudio de viabilidad del Hogar Digital en vivienda rehabilitada”, publicado por AMETIC en 2011. Los edificios inteligentes no pueden concebirse, como afirma el estudio, sin la “transformación de los hogares convencionales ya construidos en Hogares Digitales”, convirtiéndose de este modo el Hogar Digital en el elemento clave para la realización de los mencionados edificios inteligentes. Desde esta perspectiva, hogar digital y edificio inteligente, se vuelven la pieza clave para el acceso de sus habitantes a los servicios proporcionados por las ciudades inteligentes (Smart Cities). La prioridad del esfuerzo inversor debiera establecerse, de esta forma, en garantizar primero hogares digitales accesibles, edificios, y posteriormente entornos “macro (ciudades)”.

Afirma el estudio que “el desarrollo de la edificación en una sociedad avanzada debe contemplar infraestructuras y soluciones tecnológicas que garanticen la accesibilidad universal para todos los colectivos que lo requieran, cumpliendo con la legislación vigente, adaptando las viviendas a las necesidades de las personas con discapacidad o personas mayores”. Surgiría así el concepto de ciudad inteligente, o Smart City, como aquella ciudad construida sobre una "inteligente" (y previa) combinación de dotaciones y actividades libres, independientes y conscientes de los ciudadanos. El Hogar Digital se constituye como la “célula básica” de la Smart City, debido a que, siendo un hogar inteligente, confluyen en él los diferentes servicios, tecnologías e infraestructuras que debiera ofrecer ésta.

Da la impresión de que se puede correr el riesgo de centrarnos en desarrollos urbanos macro, y olvidar que la principal premisa de una ciudad, antes de llamarse inteligente, debe ser prepararla para que todos los ciudadanos puedan disfrutarla, participar de ella, generar  autonomía en la movilidad eliminando las barreras preexistentes, y tener presente que el bienestar ciudadano debe partir desde el interior de su propio hogar hacia afuera. Sigue habiendo miles de personas literalmente encerradas en sus casas, porque apenas pueden salir a la calle por la inaccesibilidad de sus propios portales, o de los espacios comunes de su comunidad. Quizás antes de meternos en inversiones costosísimas tecnológicas para entornos urbanos mayores, debiéramos volcar mayor esfuerzo en incorporar soluciones tecnológicas accesibles, que las hay, y de bajo coste, en generar autonomía a los ciudadanos en sus entornos más cercanos, entre los que se incluye el propio domicilio con soluciones domóticas accesibles y usables. Esta inversión también genera ahorro para un Estado y una sociedad, y revierte en forma de dinamizador económico y social incorporando activamente a miles de ciudadanos a una vida de partícipes activos y relacionados con su entorno, y entre ellos el comercio.

Preocupantemente, en los Congresos o Jornadas a los que he asistido durante los últimos meses relacionados con las denominadas Ciudades Inteligentes, que han sido bastantes,y donde muchos de cuyos participantes son expertos y parte activa en el diseño y planificación de este concepto de ciudad, ninguna de las exposiciones ha tenido formato accesible (salvo las del CENTAC), lo que me produce de nuevo una gran preocupación, y no pocas preguntas. ¿Acaso nadie piensa que en la sala o salón de actos puede haber ciudadanos sordos o con discapacidad auditiva, para quienes el subtitulado es imprescindible? ¿Las ciudades inteligentes se empiezan a diseñar ignorando las necesidades de accesibilidad de muchos ciudadanos, en el acceso a la información y a la interactuación con el entorno? O quizá, lo más preocupante, ¿Quienes empiezan a diseñar, planificar, construir e invertir dinero, mucho de él público, desconocen o ignoran las necesidades de accesibilidad de una parte nada despreciable de población? Si yo fuera una persona sorda o con discapacidad auditiva (afortunadamente sólo soy usuario de silla de ruedas), no me hubiera enterado de nada sobre cómo planifican y diseñan “mi futura ciudad inteligente”.

Resulta paradójico centrarnos monotemáticamente en las Ciudades Inteligentes, cuando aún no hemos conseguido hacer accesibles servicios esenciales para el bienestar de muchos ciudadanos con discapacidad o mayores. Curiosamente, los diferentes modelos de nueva Ciudad se publicitan pensando en la persona, y una vez analizado cada modelo no es difícil concluir que existe un desconocimiento enorme de, por un lado, la heterogeneidad de las poblaciones actuales en cuanto a sus limitaciones funcionales, y de cómo la tecnología adecuada (accesible) es esencial hoy día para igualar derechos en todos lo ámbitos, laborales, sanidad, educativo, de ocio o comunicativo.

Resulta igualmente paradójico cómo el desconocimiento de las limitaciones o discapacidad de miles de ciudadanos, es equiparable al desconocimiento del potencial y funcionalidades que cada vez en mayor medida va incorporando la tecnología de consumo, o comercial, a disposición de los ciudadanos. Este doble desconocimiento genera grandes costes a la Administración, y una pérdida de potencial humano y social enorme para un país. Un análisis detallado y profundo de las capacidades que nos ofrece hoy día, (y sin ignorar que deben mejor y avanzar) la tecnología comercial, nos daría muchas sorpresas. La incorporación, por ejemplo, de los asistentes virtuales y hablados en lenguaje natural a todas las plataformas de teléfonos inteligentes, nos abre campos apasionantes de relación e interactuación con nuestro entorno, con soluciones adaptativas cada vez más a las necesidades de la persona. Asistentes como Google Now, Sherpa, Siri y demás incorporan al menos dos modos de interactuación, escrito y hablado, que pueden ser utilizados para la relación de los ciudadanos con las Administraciones Públicas y sus servicios, por ejemplo, y sin embargo siguen siendo grandemente desconocidas por el usuario en general. Del mismo modo podríamos hablar de las posibilidades que incluyen o van incluyendo de serie las tecnologías en movilidad, como el GPS, NFC o  Realidad Aumentada.

Actualmente, tampoco disponemos de un marco legal adecuado, ágil y efectivo, que garantice el derecho del ciudadano con discapacidad a acceder en igualdad de condiciones al uso de los bienes y servicios a disposición del público, entre los que se encuentran prácticamente todos los enmarcados en los procesos de ciudad inteligente. Es decir, y con ejemplos sencillos, si a un ciudadano ciego le llenan su calle de semáforos no accesibles, o de servicios interactivos no accesibles, puede denunciarlo (a eso sí tiene derecho), pero pasarán probablemente años y muchos recursos administrativos (en nuestro estado de derecho) antes de solucionar el problema. Mientras tanto, vivirá cada día sin saber si será su último día al cruzar la calle, para disfrutar de la Ciudad Inteligente. Y este ejemplo alarmista puede ocurrir, si no establecemos de manera tajante la obligatoriedad de utilizar recursos y soluciones tecnológicas accesibles. Ante esto, sólo cabe seguir trabajando con la industria y el sector empresarial, ver los beneficios de utilizar tecnologías accesibles y cómo generar negocio con ellas; y paralelamente, creando obligaciones por parte de las Administraciones Públicas en las adquisiciones de bienes, productos y servicios a través de la contratación pública, exigiendo criterios de accesibilidad y usabilidad, siguiendo el ejemplo del Acta 508 de EEUU que protege los derechos de la población con discapacidad.

Probablemente, si le preguntamos al ciudadano con discapacidad, mayor o sus familias de apoyo qué prefieren, nos digan que, antes que de la nebulosa Ciudad Inteligente, prefieren poder disfrutar de recursos más cercanos accesibles, que incidan más directamente en su bienestar perceptible y ejercer sus derechos en igualdad de condiciones: autonomía y movilidad para salir de su casa y portal, tener un hogar domotizado accesible que facilite su estancia, llegar a su Universidad o instituto y tener materiales adaptados, ir al cine o ver la televisión y enterarse, tener toda la información de la ciudad (pública y privada) en formato accesible en las redes, gestionar mis servicios sanitarios o rehabilitadores con TIC’s remotas, o usar una e-Administración accesible en múltiples gestiones que me permitan mayor autonomía personal y familiar gestionando mi tiempo…

No quiero que la tecnología interactúe conmigo, quiero yo también poder interactuar con las tecnologías y servicios ciudadanos usando tecnologías que van a incorporar las Ciudades Inteligentes. La Ciudad Inteligente es necesaria, sí, por supuesto, y sin duda hay que trabajar en ella desde el principio para hacerla de uso universal para todos los ciudadanos en su disfrute, bajo el prisma de los criterios de accesibilidad. Pero hoy por hoy es un bienestar diferido, y no podemos olvidar que la persona con gran discapacidad o mayores necesitan un bienestar más presente, más rápido e inmediato. Y en ello juegan un papel esencial las TIC’s accesibles y usables para hoy.